Hayley empezó a llorar, yo quería abrazarla pero no podía tocarla, porque entonces ella moriría, cuando estaba con ella solo quería besarla y abrazarla, pero no podía, siendo lo que soy, eso era totalmente imposible.
- Rob, ¿puedo hacerte una pregunta? - me preguntó Hayley mientras se secaba las lágrimas.
- Claro - dije intentando sonreír.
- ¿Te gusto? - ella me miró con sus ojos marrones ahora teñidos de rojo, estaban irritados e hinchados, si le decía que no le estaría mintiendo y le haría daño, pero la salvaría, al no estar conmigo estaría a salvo. Si le decía que sí ella estaría conmigo, los dos tendríamos lo que queríamos, ella a mí y yo a ella, pero era imposible, porque entonces ella moriría y preferiría estar sin ella a que ella fuera lo que yo.
- No lo sé - dije sin poderla mirar a la cara.
- Dímelo, por favor Rob - dijo agarrándome de la mano, por suerte tenía aquellos guantes viejos..., no podía tocarla sin hacerle daño.
- No, no me gustas - dije apretando los dientes, muerto de dolor y de vergüenza, odiaba mentir de aquella manera.
- ¿Y si no te gusto por qué me dejaste que te besara?
- Hace mucho que no salgo con nadie y me hacía falta - dije mientras recibía otra punzada de dolor, no quería mentirle. La última vez que sentí algo así de fuerte estaba vivo, y eso fue hace muy muchos años, cuando todavía ni los coches existían.
- Eres un hijo de puta - dijo ella levantándose del sofá y saliendo por la puerta a toda prisa.
- Hayley, lo siento, de verdad, pero la vida es así. Nunca te fíes de un hombre - dije mientras fingía desprecio hacia ella.
- Tranquilo, nunca más podré fiarme de un tío, y mucho menos de ti - dijo ella gritando ya casi adentrada en el bosque.
Quería seguirla, si la dejaba sola tal vez le pasaría algo, y no quería que sufriera ningún daño.